Descripción
La ficción, como todo lenguaje, no tiene nada de inocente. No se puede ya tomarla como juego o ejercicio ocioso. Su escritura implica siempre un desafío. Por un lado, no desactivar lo que tiene de explosiva la literatura misma con fórmulas bendecidas y repetidas hasta el hartazgo. Por el otro, reflexionar sobre sus procedimientos, sobre sus formas de construcción que son también las de su época. Sus legitimaciones, sus modos de producción, de transmisión, de enseñanza, ¿no representan acaso las estructuras representativas de los modos de pensar, de valorar, de construir la política, la ciudad, el arte, los saberes, incluso la historia? En la pregunta misma de que es ficción está implícito el mecanismo de regulación de lo pensable, esa voz que se eleva y legitima también clausura. Tradiciones y cánones, los grandes mercados, incluso las subversiones aclamadas y apañadas, actúan como ente regulador y a la vez, como reaseguro contra cualquier mecanismo desestabilizador a estas forma. La cuestión no es sobre que o por que se escribe sino contra que se escribe.